sábado, 18 de julio de 2009

Willy Wilder

Durante el rodaje de Bola de fuego me encontré al productor Samuel Goldwyn en el estudio y me ofreció hacer con él una película. Un par de días más tarde, me presenté en su despacho y le dije que tenía algo para él.

-¿Cúal es el argumento?.

-Una película sobre la vida de Nijinski, le dije.

-¿Quién es ese Nijinski?.

Así que le conté que había sido el pobre hijo de un campesino que había soñado en convertirse en un gran bailarín. Y se convirtió en el mejor bailarín de la historia...

-¿Y la historia?-. Repuso Goldwyn.

Yo le conté cómo Diaghilev descubrió a aquel joven campesino, hermoso y fuerte, en la escuela de ballet.

-¿Sabe usted quién es Diaghilev?-. Le pregunté a Goldwyn.


-¡Ni idea!-. Dijo él.

Le dije que era el mayor empresario del famoso ballet ruso, que vió al joven Nijinsky y se enamoró de él. Goldwyn me interrumpió.

-Por favor, dígame, ¿Diaghilev era una mujer?.

Yo le dije que no, que era un hombre. A esto repuso Goldwyn:

-¿Qué clase de historia es ésta?. ¿Dos hombres?. ¿Dos maricas?. ¡Cállese de una vez, Wilder!.

Intenté explicarle que era más que una historia de amor. Le conté cómo Diaghilev convirtió a Nijinsky en la mayor estrella del ballet del mundo. Y cómo empezó la tragedia, cuando Nijinsky, se enamoró de una bailarina y se casó con ella. Diaghilev se enfureció y amenazó con destruir a Nijinsky, que al final se volvió loco. Goldwyn me interrumpió de nuevo:

-Un momento, un momento, hasta ahora tenemos a dos maricas, de los cuales uno además se vuelve loco, ¿y de esto quiere hacer una película? Tengo una mujer a la que quiero y a la que tengo que mantener y tengo un prestigio que no puedo perder. ¡Cállese de una vez, Wilder!.

Yo le pedí que me dejara continuar la historia. Un día, Nijinsky fue internado en un sanatorio suizo y allí, llegó al convencimiento de que era un caballo. Desesperado, Goldwyn me miró fijamente:

-¿Un caballo?.

-Sí -dije yo-, un caballo. Por las mañanas, cuando abrían las celdas, salía al jardín y galopaba feliz por él.

Al llegar aquí, a Goldwyn se le acabó la paciencia.

-¡Un caballo que es marica y que galopa por el jardín!. ¡Acabe usted con esta absurda historia!. ¡Me está haciendo perder el tiempo!.

Yo me levanté y mientras abandonaba el despacho le dije:

-¡Esta bien!. Si quiere un happy end, mister Goldwyn, tengo una idea. Nijinsky no sólo cree ser un caballo, sino que además gana el Derby de Kentucky.

Goldwyn cogió un cenicero de su mesa y apuntó hacia mí. Tuve el tiempo justo para cerrar la puerta a sus espaldas

Jean Harlow


En la transición del cine mudo al sonoro el único cambio no fue que el público pudiera por primera vez escuchar notas y palabras emitadas por Al Jolson. En aquellos días muchas carreras llegaron a su fin, mientras que otras estrellas mantuvieron su estatus sin problemas. En medio del caos creado por el sonoro nuevas generaciones de actores y actrices que no tuvieran acentos imposibles o dicciones desastrosas tenían una oportunidad de abrirse camino en la jungla de Hollywood. Una de aquellas chicas que trataban de hacerse un nombre en la industria del cine era Harlean Harlow Carpenter.

La historia de la futura Jean Harlow no era diferente de la de muchas aspirantes a actrices de aquellos días, y de las cientos de miles que la siguieron. La por entonces Harlean provenía del medio Oeste norteamericano, y era hija de un acomodado dentista de Kansas City. Tuvo una infancia normal, aunque no exenta de dificultades. Tuvo problemas de salud, y sus padres se divorciaron cuando Harlean contaba con once o doce años, y su inquieta madre se la llevó a Hollywood, donde la recién divorciada soñaba con convertirse en actriz. Pero esa oportunidad nunca llegó, y ambas regresaron a Kansas City un par de años después. Sin embargo, el sueño de California no había acabado para Harlean. En el instituto conoció a un chico con posibles y futuro heredero llamado Charles McGrew, quien probablemente no debía de tener muchas más virtudes, pero fue suficiente para que ambos se prometieran y se acabaran casando ante el disgusto de la madre de Harlean. Una vez Charles cumplió la mayoría de edad, y libres ya de cualquier autoridad paterna, la pareja se trasladó a Hollywood.

Cuenta la leyenda que la joven de dieciséis para diecisete años fue descubierta por un cazatalentos mientras esperaba en el coche a una amiga suya a la que había acompañado a un casting. Quizás Harlean no perdiera la cabeza por ser actriz, pero con una oportunidad y un sueldo delante, y una madre entusiasmada, la joven se decidió a probar suerte. Su nombre artístico lo sacó del nombre de su madre, Jean. Nacía para el mundo Jean Harlow.
Los comienzos de su carrera fueron los usuales, con pequeños papeles sin diálogo y apariciones como extra. Por esa época posó para unos desnudos artísticos que acabaron con su ya endeble matrimonio. Durante esos primeros años en Hollywood Jean cobraba pequeños salarios y saltaba de estudio en estudio, mientras su imagen iba siendo perfilada según los gustos de cada compañía cinematográfica. A finales de los 20 comenzó a destacar en películas de Laurel y Hardy.
La gran oportunidad para Jean llegó con a transición del mudo al sonoro. El estreno de El cantor de Jazz trastocó muchos planes, y de la noche a la mañana ya nadie parecía interesarse por el cine mudo. El cambio pilló por sorpresa incluso al todopoderoso Howard Hughes, que con su Hell's Angels casi completa tuvo que comenzar de nuevo y convertirlo en un film sonoro. Para ello necesitaba una nueva actriz (la anterior protagonista era una actriz sueca con acento cerrado), y la elegida para el puesto fue Jean. Si el rodaje del mudo había sido difícil, el nuevo tampoco fue moco de pavo. Unos potentes focos usados para un supuestamente revolucionario sistema casi dejan ciega a la pobre Jean, pero por suerte todo acabó bien y Hughes pudo por fin estrenar su soñada película en noviembre de 1930. El preestreno tuvo lugar en el Grauman's Chinese Theatre, y fue de los más espectaculares que se recuerdan en Hollywood, con multitudes enloquecidas y caos por todas partes. El film fue un gran éxito, y Jean pasó casi un año promocionando la película por todos los Estados Unidos. Mientras, se estrenaba Luces de la ciudad, un film de Chaplin donde Jean había rodado una pequeña escena que fue eliminada. El siguiente proyecto de Jean fue un film de gángsters protagonizado por Wallace Beery llamado Los seis misterios cuya principal relevancia hoy en día es que en ese rodaje coincidió por primera vez con Clark Gable, la mejor pareja artística que tendría Jean y que acabaría siendo un gran amigo. Sin embargo por entonces su primer encuentro fue bastante frío y la película no ayudó en nada a la carrera de ambos.

En 1931 Jean rodaba para la Universal Iron Man, a las órdenes de Tod Browning, y El enemigo público, un clásico de la Warner Bros donde compartió protagonismo con un joven James Cagney. Con el siguiente film Jean acabó de ponerse definitivamente en nombre de todos montando uno de los grandes escándalos de la época con su sensual papel en Goldie, un remake hablado de un film mudo de Howard Hawks. Con el lamentable Código Hays todavía no establecido Jean se permitió el lujo no sólo de llevar sus habituales vestidos ceñidos sino de aparecer con ropa interior semitransparente. Demasiado como para que el pobre Spencer Tracy pudiera competir con eso. Goldie fue el típico film que encantó a medio país y soliviantó al otro medio, especialmente a las sempiternas asociaciones cristianas que trataron de boicotear la película. Muchos vaticinaron que había llegado el fin para la breve carrera de una Jean que apenas tenía veinte añitos, pero no podían estar más equivocados. El siguiente film de Jean Harlow iba a hacer de ella una de las mayores estrellas de su tiempo.
Platinum Blonde (aquí llamada Jaula de oro), dirigida por Frank Capra, demostró las dotes de actriz de Jean Harlow, quien se alejó de los papeles glamurosos y haciendo valer su vis cómica. El proyecto era de la Columbia, pero fueron los de la MGM quienes supieron ver el potencial de la actriz. Su entrada a los mayores estudios de la época prácticamente coincidió con su boda con Paul Bern, un ejecutivo de los estudios a quien había conocido en el rodaje de Hell's Angels. Con el apoyo de su marido los buenos papeles no iban a tardar en llegar.

Una vez bajo contrato de la MGM el estudio moldeó su imagen acentuando su rubio platino y depilándole las cejas a la actriz, conformando la imagen de Jean Harlow que conoce el mundo. Tras retomar el papel de chica fácil de sus comienzos en El monstruo de la ciudad y teñirse de pelirroja en (como no podía ser de otra forma) La pelirroja, la tragedia la alcanzó de lleno durante el rodaje de su próxima película, Tierra de pasión, junto a Clark Gable. La noticia inundó todos los periódicos: Paul Bern se había suicidado.

La muerte de Bern nunca estuvo clara del todo, y, como solía ocurrir en la época, y todavía ocurre hoy, la rumorología lanzó toda suerte de disparatadas historias. Lo cierto es que el matrimonio entre Paul Bern y Jean se había deteriorado, y el diabólico ritmo de trabajo de la Harlow no ponía más fácil las cosas. Paul Bern era mucho más mayor que Jean, un tipo completamente normal cuyo mayor atractivo era un gran intelecto y la prototípica imagen paternal que pudiera haber ejercido sobre la joven Jean. Pero Paul ocultaba un secreto, y es que años atrás había estado prometida con una tal Dorothy, pero el matrimonio no se había consumado debido a que la chica tuvo que ser internada en un psiquiátrico. Bern se había ocupado de ella durante todos esos años, y al parecer no le había contado nada a Jean. La noche de la muerte de Bern al parecer Dorothy había aparecido por allí, pero nunca estuvo claro qué había pasado, y Jean nunca lo aclaró. Los rumores más locos aseguraron que Bern se había suicidado por ser incapaz de satisfacer sexualmente a Jean. Fuera como fuere, cuando se supo la noticia de Bern, Dorothy también se suicidó.
Tan pronto como pudo Jean trató de olvidarse del que sin duda fue el escándalo del año enfrascándose de nuevo en su infernal ritmo de trabajo. Tras acabar Tierra de pasión (curiosamente muchas escenas fueron rodadas de nuevo con escotes más castos) volvió a coincidir con su amigo Gable en Tu eres mío, una película menor.

Por esa época Jean vería sus esfuerzos compensados con la adjudicación de un majestuoso camerino en el mismo edificio que otras grandes estrellas femeninas de la MGM como Joan Crawford, Myrna Loy o Greta Garbo. Cuentan que el camerino de la diva sueca estaba justo debajo del de Jean, y que la Garbo no tenía más remedio que soportar las largas sesiones de jazz a las que la sometía la Harlow, una apasionada de Cab Calloway y su orquesta.
De hecho Jean se diferenciaba mucho de sus compañeras de edificio reservado a estrellones. No era una reclusa como Greta, ni vivía su papel de estrella las veinticuatro horas del día como Joan Crawford. Como todas, Jean estaba sometida al estricto código de los estudios, que obligaba a las actrices a cuidar su imagen pública. Para cualquier gran estrella era impensable salir sin maquillaje a la calle, aunque sólo fuera para pasear al perro. Sin llegar a los extremos de Katherine Hepburn, que directamente llevaba pantalones y hacía lo que quería, Jean Harlow vestía muchas veces de forma sencilla, y dialogaba con sus fans, en caso de encontrárselos, de forma sincera, no para proyectar una imagen como hacía Joan Crawford. Jean había llegado al cine casi de casualidad, y trataba de vivir en Hollywood de la forma más normal posible.

Buena prueba del estatus que había alcanzado en la MGM fue su inclusión en el reparo coral de Cena a las ocho, el que quizás sea su clásico por excelencia, y que trató de repetir la exitosa fórmula de la anterior Gran Hotel, Cena a las ocho se reveló como una excelente comedia, y constituyó un gran éxito, como lo fue también Bombshell, otra gran comedia dirigida por Victor Fleming.
Los siguientes meses de la vida de Jean estarían llenos de acontecimientos. Contrajo matrimonio con un veterano cámara de la MGM al estilo de Paul Bern (un tipo maduro más bien poco sexy, serio e inteligente) y plantó cara a los estudios exigiendo la revisión de varias cláusulas de su contrato. Los estudios por supuesto se negaron y le suspendieron de trabajo y sueldo. Prosiguió una batalla de abogados que dio tiempo a Jean para comenzar una novela (Today is Tonight), y cuando se vio que batallar contra la MGM no conducía a ningún sitio, Jean aceptó volver con una subida de sueldo. Tras un nuevo divorcio, y trabajando de nuevo, Jean empezó a salir con el actor William Powell (otro tipo maduro), y los estudios no tardaron en juntar a la pareja en La indómita para aprovechar el tirón de publicidad. La historia de la película, basada en hechos reales, era morbosamente similar al asunto de Paul Bern, y Jean estuvo a punto de rechazar el papel, pues pensaba que trataban de atraer al público con el puro morbo. Y bueno, si tenemos en cuenta que era una producción de David O. Selznick, seguramente no debía ir muy desencaminada. Pero al parecer la actriz aceptó tras ser persuadida por su novio Powell.

En los siguientes dos años Jean trabajaría sin parar en proyectos más o menos interesantes, entre los que solían destacar aquellos en que coincidía con Clark Gable, como es el caso de Mares de China y Entre esposa y secretaria. Y es que la química entre ellos era innegable, y si tenía al lado al pobre Mickey Rooney desde luego la cosa se descompensaba. Tras otra estupenda comedia (Una mujer difamada) y un film junto al enemigo de comunistas Robert Taylor coincidió de nuevo con su gran amigo y partenaire Gable en Saratoga, la que desgraciadamente sería la última película de Jean Harlow.

Al parecer en los meses previos al inicio del rodaje, en 1937, Jean había venido sufriendo algunos síntomas a los que no había dado importancia. Durante el rodaje de Saratoga se indispuso y cayó enferma, por lo que fue trasladada a un hospital. En apenas una semana Jean Harlow fallecía, a los 26 años de edad, a causa de una infección en los riñones. De nuevo la rumorología dio pábulo a historias absurdas que hablaban de abortos, envenamientos por productos para el pelo, o incluso palizas que supuestamente habría recibido de Paul Bern. En realidad nada hubo de eso. El 7 de junio de 1937 una enfermedad se llevaba a Jean Harlow de este mundo. Tras de sí dejó un puñado de excelentes comedias y una inolvidable imagen de mujer fatal de pelo rubio que marcó el camino para otras futuras ambiciones rubias que habrían de venir.